Málaga Hoy, 21 de julio 2024 – 19:42
Hace cuarenta y cinco años, en mi tesis doctoral, afirmé que “en el futuro el problema no será cuántos turistas querrán venir, sino cuántos turistas querremos recibir«. Y se cumplió el vaticinio.
Resulta elemental entender que una actividad tan especial como el turismo debe tener sus límites. Cuando en los 60 despegó el sector de sol y playa sobre unos territorios costeros poco poblados, surgieron las “ociurbes” al servicio de aquel turismo con Torremolinos como pionera del nuevo paraíso para las vacaciones mediterráneas de los europeos. Pero no haber controlado su expansión ha destrozado el paisaje de la mayor parte del litoral español.
Hoy asistimos a algo parecido en otro segmento turístico muy diferente de aquél pues el turismo urbano incide fuertemente sobre espacios muy habitados: las ciudades, convertidas –paisaje y paisanaje– en atracción turística. Señalo algunas causas de fondo. 1. La transformación del mundo desarrollado actual en una sociedad en constante movimiento, imprescindible para que funcione el capitalismo neoliberal del consumo, hoy hegemónico. 2. La movilidad internacional forma parte de la homogeneización cultural necesaria para globalizar el mercado, asentado en la exponencial conectividad aérea de las aerolíneas low cost. 3. La aparición de los pisos turísticos (PT) como solución de alojamiento barato para un mercado mucho más amplio y de menor poder adquisitivo.
Ahí está la raíz de la naciente protesta de parte de la sociedad malagueña que empieza a percibir sólo los efectos nocivos de este turismo, traducido en deterioro de la convivencia con los turistas y en el encarecimiento general del coste de la vida. Mientras, los salarios no suben en la misma proporción y faltan viviendas asequibles con los alquileres disparados.
El problema es muy complejo y tiene muchas derivadas que no podemos abordar en un artículo. Pero las consecuencias de la “gentrificación turística” son trascendentes y retrasar la urgente adopción de medidas agravará la situación extendiendo la contestación social. ¿Sabían Vds. que posiblemente Málaga sea el destino turístico urbano con más alojamientos PT en barrios turísticos por cada 100 habitantes del mundo? A pesar de la opacidad que envuelve las cifras reales, diferentes investigaciones realizadas mediante encuestas y otras metodologías la sitúan en primer lugar entre las grandes capitales españolas (Exceltur, XI–2022). Además, después de la pandemia el crecimiento anual de pisos turísticos también es de los más elevados, alrededor del 30 por ciento anual.
Por lo tanto, si cualquier espacio abierto al público tiene obligatoriamente que fijar un tope al número de personas que pueden acceder, ¿por qué no las ciudades? Venecia está empezando. Las ciudades no son chicles ni sus habitantes comparsas de un parque temático. Es decir existen “capacidades de carga”, límites cuantitativos –como en los camiones– que no son sólo de espacio, sino económicos, ambientales y sociales, de difícil determinación. En especial para acoger a excursionistas y a turistas low cost alojados en pisos turísticos no regulados, entremezclados en edificios de viviendas residenciales, que distorsionan gravemente la vida cotidiana de sus vecinos. A ello se suma la congestión directa e indirecta de los espacios públicos excesivamente privatizados en flagrante incumplimiento de normas ya bastante generosas.
Pero el que sea difícil de precisar no quiere decir que no se puedan establecer criterios que nos ayuden a detectar cuándo se llega a esos límites superando la tan cacareada “sostenibilidad”, y se debe actuar en consecuencia. Si se adoptan medidas para eliminar los vehículos a motor del centro de las ciudades, si en el pasado se pudo prohibir la apertura de nuevos bancos en calle Larios para que no perdiera su carácter comercial, ¿no se puede poner remedio a la “expulsión” de la población residente de las zonas “turistizadas” por la imposible convivencia con el turismo? ¿Es “sostenible” esa situación? Algo habrá que hacer y pronto. El problema no son quienes se alojan en hoteles, sino el trasiego de turistas por las zonas comunes de las casas a cualquier hora del día y de la noche, así como su diversión por las calles céntricas incompatible con el descanso del vecindario.
La ciudad no es solo urbanismo, monumentos y arquitectura, ni tampoco sus habitantes, ni su estructura económica, comercial e institucional, ni la cultura, ni las infraestructuras de comunicación y movilidad… Es el entramado de todo ello, más la historia que nos identifica. Convertir su centro en un parque temático de la restauración, las copas, la música y en escaparate de las grandes firmas multinacionales, puede ser un buen negocio para algunos, pero acabará destruyendo el atractivo del destino Málaga y secando la fuente de la actual prosperidad para todos. Y ¡ojo!; el turista de mayor calidad puede emprender la huida ante la pérdida de identidad y del clima de acogida debido a los excesos del low cost.
Entretanto muchos malagueños tendrán que emigrar a otros lugares porque en su tierra no consiguen siquiera una cama digna al alcance de sus salarios. ¿Vamos a reproducir el drama del alojamiento en Ibiza? ¿Es eso lo que queremos?
Nuestro producto turístico urbano es de la máxima calidad. No lo malgastemos ni equivoquemos la diana. Las consecuencias no las pagará el territorio como con el turismo de sol y playa, sino lo que es peor, las sufrirán los ciudadanos. Y eso será insoportable.